
Imaginaba todo lo que iba en ese avión además del mandatario y el Jefe del Ejército Polaco. Innumerables portátiles, agendas, armas, papeles, dinero. Planes, proyectos, citas, desayunos y cenas previstas para el homenaje. Imaginaba la recargadísima agenda de Kaczynski para los meses siguientes; para el año próximo. Reuniones, mítines, leyes, reivindicaciones históricas por hacer. Los juicios que no se celebrarán, las fiestas que nunca serán. Los viajes a Bruselas, los funcionarios, amigos, empresarios... tanto esperando en la agenda del presidente, y de pronto...
Pensaba en todo ello quizás porque nunca sobra tiempo para enfrentarse a un hecho tan contundente; tan irrebatible como la muerte. Nada tan verdadero como el morir. Nada tan descaradamente indiscutible. En esta sociedad donde todo, o casi todo, se ocupa exclusivamente de la vida, la pobre muerte necesita una reivindicación. Tan arrinconada y tan negada. “Mejor no hablar de eso; ya llegará” dice la gente, mejor hacer como que no existe.
A veces me pegunto ¿cómo confiar tanto en una sociedad tuerta? ¿Una sociedad que rinde un culto exacerbado al nacimiento y un rincón tétrico a la muerte? Una sociedad que solo celebra la juventud y desprecia la vejez. Una sociedad que solo quiere ver un aspecto de la existencia cuando el otro es tan real y tan certero. Que curioso resulta que Jaroslaw Kaczynski, hermano gemelo del fallecido presidente y único “sobreviviente” del vuelo, se haya quedado en Polonia para cuidar de su madre enferma.
Supongo que más allá de las velas, las misas y los discursos, los ciudadanos polacos en pocos días estarán otra vez viviendo sus vidas como siempre. Pensando que la muerte siempre le ocurre a los otros. Con sus recargadas agendas, sus innumerables asuntos cotidianos; sus pleitos de oficina, sus discusiones familiares. Enfrascados otra vez en la rutina que les empuja a vivir la “vida que debe ser”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario