18 abr 2010

LA MUERTE DEL PRESIDENTE

Al leer la noticia del accidente de Lech Kaczynski mi primera reacción no fue de espanto, ni de congoja, tengo que reconocerlo. Mi primera actitud fue reflexiva, ante una muerte tan paradójica. El presidente de Polonia y su sequito de personalidades iban precisamente a rendir homenaje a otros muertos, enterrados setenta años antes y en muy distintas circunstancias, pero con iguales resultados.

Imaginaba todo lo que iba en ese avión además del mandatario y el Jefe del Ejército Polaco. Innumerables portátiles, agendas, armas, papeles, dinero. Planes, proyectos, citas, desayunos y cenas previstas para el homenaje. Imaginaba la recargadísima agenda de Kaczynski para los meses siguientes; para el año próximo. Reuniones, mítines, leyes, reivindicaciones históricas por hacer. Los juicios que no se celebrarán, las fiestas que nunca serán. Los viajes a Bruselas, los funcionarios, amigos, empresarios... tanto esperando en la agenda del presidente, y de pronto...

Pensaba en todo ello quizás porque nunca sobra tiempo para enfrentarse a un hecho tan contundente; tan irrebatible como la muerte. Nada tan verdadero como el morir. Nada tan descaradamente indiscutible. En esta sociedad donde todo, o casi todo, se ocupa exclusivamente de la vida, la pobre muerte necesita una reivindicación. Tan arrinconada y tan negada. “Mejor no hablar de eso; ya llegará” dice la gente, mejor hacer como que no existe.

A veces me pegunto ¿cómo confiar tanto en una sociedad tuerta? ¿Una sociedad que rinde un culto exacerbado al nacimiento y un rincón tétrico a la muerte? Una sociedad que solo celebra la juventud y desprecia la vejez. Una sociedad que solo quiere ver un aspecto de la existencia cuando el otro es tan real y tan certero. Que curioso resulta que Jaroslaw Kaczynski, hermano gemelo del fallecido presidente y único “sobreviviente” del vuelo, se haya quedado en Polonia para cuidar de su madre enferma.

Supongo que más allá de las velas, las misas y los discursos, los ciudadanos polacos en pocos días estarán otra vez viviendo sus vidas como siempre. Pensando que la muerte siempre le ocurre a los otros. Con sus recargadas agendas, sus innumerables asuntos cotidianos; sus pleitos de oficina, sus discusiones familiares. Enfrascados otra vez en la rutina que les empuja a vivir la “vida que debe ser”.

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